martes, 12 de noviembre de 2013

Irse para estar

Siete meses sin escribir ni un post. La razón es tan simple como preocupante: he estado muy "entretenido”. Y digo preocupante porque entraña uno de los problemas más graves que padecemos hoy día.

Decía Ortega que sólo el ensimismamiento nos saca del ser-masa, que sólo desconectándonos del mundo, teniendo un momento de vuelta hacia nosotros, podíamos volver para actuar como personas en vez de zombis automatizados. Salirse para estar. Dejar de “vivir” para vivir de verdad. Esto que puede parecer raro y contradictorio se da en realidad a muchos niveles. En el orden de la vida pude verse claramente si nos fijamos en el sueño y la vigilia. Solamente renunciando a este mundo, durmiendo, puedo enfrentarme a él con fuerza. Como vislumbra Blanchot, durmiendo precisamente decimos sí al mundo en el mayor acto de confianza que puede acometer un ser vivo.

Y es que aunque la sociedad condene al que se vuelve sobre sí -“Vago, vuelve en tí y deja de pensar en las musarañas” dicen cuando en realidad quieren decir “Vuelve aquí y sal de tí”-, ensimismarse, correr una tela entre nosotros y el mundo, lejos de ser una renuncia a vivir aquí, representa la única forma de ser después de un modo pleno y auténtico. Solo ahí puede darse el pensamiento, que no es sino huida de una dimensión donde ya todo está dispuesto. Por eso pensar y autonomía siempre caminan juntos.

En cambio, en el estado zombi, des-ensimismados, volcados del todo al afuera (fuera de sí) parece más bien que otros decidieran por nosotros. Otros nos piensan, lo hacen por nosotros cuando tomamos decisiones basadas en ideas que ni siquiera hemos puesto a prueba. Sobre las que no hemos meditado, pero que asumimos y que dirigen nuestras acciones. Para eso precisamente sirve el volverse sobre uno mismo.

Por ejemplo: en el post anterior hablo de un modo de sentir el amor –entender que el amor no correspondido nos coloca en situación de debilidad-. Para mí es evidente que esa idea es algo ajeno a mí, que me inculcaron y que solo cuando soy capaz de retrotraerme sobre mí y pensar puedo sustituirla por una propia. Sin embargo, apenas tenemos oportunidades de hacer esto.

Vivimos en un mundo donde no solo vendemos gran parte de nuestro tiempo a cambio de un salario con el que sobrevivir, sino en el que además el tiempo restante es administrado por una industria del entretenimiento que se encarga de que no tengamos ni un instante de soledad ni recogimiento.

Quizá la ausencia de una respuesta contundente a la terrible situación política y social que sufrimos se precisamente halle en la falta de ensimismamiento. De tener un puto rato al día en el que reflexionar y evaluar cómo nos comportamos. Ser críticos con nosotros mismos. Acaso se equivocaban Orwell y los grandes autores distópicos, pues un bufón parece ser mucho mejor guardián que un policía.

Resumiendo: que cerrar los ojos quizá sea la mejor forma de empezar a cambiar las cosas.

                                                            "Dormir                                                                                                                                                   un sueño                                                                                                                                                  que nunca abandone                                                                                                                             la realidad"
                                                             (A.   Artaud)

martes, 26 de marzo de 2013

Sobre el amor y el capital



El capital dice que quien da tiene que recibir algo a cambio. Te doy mi tiempo, te doy mi vida y tú me das dinero. Te doy mi dinero y tú me das cosas con las que ser feliz.

Uno de los efectos más perversos del mundo mercantilizado donde vivimos es la contaminación. No la del medio ambiente, que también, sino la de los otros órdenes de la vida. Aquellos espacios que deberían permanecer ajenos a esa lógica siniestra del valor como precio. De la relación como intercambio e interés.

En el terreno del arte podemos ver miles de ejemplos de corrupción. De artistas que se inclinan ante el Dios dinero. Y de súbditos que consumen productos como si de hamburguesas se tratara.

En el amor ocurre lo mismo. El capital dicta: quien da tiene que recibir algo a cambio y si no nos lo dan, nos han estafado. Así, algo se conmueve en nosotros. Nos hemos dado a cambio de nada. Y nos sentimos débiles. Esta es la lógica que mueve los celos, la angustia del no sentirse querido y los malos tratos.

Pero la esencia del amor es otra. Amar ha de ser un dar sin esperar nada a cambio. Pura esencia del regalo. Un dar pleno. Y contra lo que nos enseñaron de pequeños, no hay debilidad alguna en dar sin recibir a cambio. No hay debilidad alguna en desnudar nuestro corazón y dar. Sin esperar  una recompensa, sin posesión.

Al contrario, dar (se) es testimonio de fortaleza desbordante. Un ser que no cabe en sí. Porque solo quien rebosa ser puede dar (se). Las imágenes del capital identifican el amor con la debilidad. Un ser fuerte se mantiene “en  su sitio”, sigue su camino, no cede ante las pasiones, dicen los apóstoles de la muerte.

No hay mayor mentira.




jueves, 24 de enero de 2013

Por qué sin Ética y sin Filosofía saldremos de la crisis



El Gobierno de España prepara una reforma del sistema educativo que elimina la asignatura de “Ética y Ciudadanía” y reduce considerablemente “Historia de la Filosofía”.

La medida ha sido duramente criticada por la oposición, profesores y gente del gremio, pero lo cierto es que, a poco que pensemos, nos daremos cuenta de que puede ayudarnos a salir de la crisis y mantenernos en la senda del crecimiento y la prosperidad.

Ahí van siete razones:

1. Seremos mejores trabajadores

La asignatura de Ética es la única que cuestiona que algo sea importante en función de su precio, de modo que si la eliminamos será más sencillo tener trabajadores dispuestos a todo. Y eso le gusta a los mercados. Una persona que se pregunte autónomamente si lo que le han ordenado es inmoral frena la economía.

2. Seremos mejores consumidores para ser mejores productos

La Filosofía puede hacer que nos cuestionemos si -como decía Eric Fromm- es más importante ser o tener. En la sociedad capitalista lo que tengo determina lo que soy, y lo que soy determinará a quien le gusto. Si quieres gustar tienes que ser un Playmobil, con constantes nuevos accesorios. El consumidor y el producto se confunden así hasta el punto de que ya no sabemos si el maniquí está en el escaparate o al otro lado del cristal. Evidentemente, una asignatura que plantee estas incómodas cuestiones no ayuda en nada al consumo y a nuestra prima de riesgo.

3. Seremos más obedientes

Uno de los elementos esenciales de la Filosofía -señalaba Popper- es su carácter crítico. A diferencia de cualquier otra disciplina, el filósofo para ser filósofo no sigue a su maestro, sino que pone en duda todo lo que éste le enseñó. Es un desobediente incorregible. Alguien que no acepta las cosas sin más.

Así que reducir la Historia de la Filosofía ayudará a que seamos aún más obedientes ante la autoridad, sea ésta paternal, religiosa, laboral, policial, política... Ello reforzará sin duda, la “Marca España” y la confianza de los mercados.

4. Nos importarán aún menos los Derechos Humanos

La asignatura de Ética es la única que trabaja los Derechos Humanos más allá del mero registro histórico. Si no la eliminamos, puede ser que los ciudadanos del futuro luchen por condiciones dignas de trabajo para todos los seres humanos, el derecho universal a la sanidad y la educación, e incluso cuestionen la venta de armas a países en guerra, un negocio en expansión, con el que España ha ganado más de 3.800 millones de euros desde 2007. Dicho de otro modo: los Derechos Humanos son sinónimo de crisis económica.

5. Explotaremos mejor a las mujeres

Gracias a la profunda estructura machista, se mantiene gran parte del tejido productivo, de modo que asignaturas como Ética en donde se explique que el género es una construcción social e histórica pueden ponen en peligro la estabilidad de la economía nuevamente.

6. Explotaremos mejor el planeta

El capitalismo se basa en el crecimiento infinito en un mundo de recursos limitados. La reflexión filosófica puede ayudar a darnos cuenta de lo absurdo de esta idea, e incluso llevarnos a la conclusión de que no es posible salvar el planeta si no sustituimos la idea ilustrada de crecimiento ilimitado, por una más razonable de “decrecimiento”, como apuntan Serge Latouche o Jorge Riechmann. Imagínense cómo subiría la prima de riesgo si nos diera por hacernos ecologistas

7. Explotaremos mejor a los animales

Estudiar filosofía también puede llevar a situaciones indeseables como las de poner en cuestión el daño que sufren los toros, la moralidad de consumir carne de origen industrial o la experimentos con conejos para hacer champús. Si estas actitudes se generalizan, perderíamos mucho mucho dinerito.

miércoles, 16 de enero de 2013

Milagro en el taxi


Ocho de la mañana, llegas tarde a la entrevista, saltas de la cama, te arreglas como puedes, bajas las escaleras, sales a la calle, paras un taxi, le das la dirección, arranca y de repente el taxista te pregunta “¿Cómo estás?” He ahí un milagro.

Digo milagro porque verdaderamente es un momento mágico. Un instante en el que se desploma todo un orden del mundo mediante algo que no puede ser explicado mediante la lógica de ese mundo. ¿Qué sentido tiene que un taxista, un desconocido, me pregunte cómo estoy, abiertamente, con claridad en los ojos? Lo cierto es que algo se abre en nuestro interior... y el profundo orden de cemento y maquinaria se resquebraja.

Porque nuestro día a día está impregnado de cemento y maquinaria. Instrumentos. La mayoría de las personas con las que tratamos pero no conocemos e incluso a veces aquellas a quienes más queremos, son tratadas como instrumentos, medios para nuestros fines. Lo humano que hay en ellas queda arrasado por la mirada instrumental.

En una obra o una fábrica es muy evidente cómo los jefes tratan a los empleados como meras herramientas. En el sector servicios se da además la des humanización cliente-empleado. Uno sólo ve dinero, el otro un deseo a satisfacer. Que la persona sea una u otra es tan importante como que el metro que me lleva a casa todas las noches sea el mismo. Lo único relevante es que pase a la misma hora. Que funcione.

Y a pesar de este desolador contexto de des humanización, lo cierto es que todos los días hay milagros. El profesor Juan Antonio Estrada una vez me explicó que existen dos maneras de entenderlos, objetiva y subjetiva. La objetiva es la clásica: un milagro es un fenómeno que no puede ser explicado más que recurriendo a la intervención divina.

La segunda manera, el milagro subjetivamente entendido, tiene que ver con el papel que juega en la vida de la persona. No importa lo que el fenómeno sea a la luz de un microscopio, sino cómo me hace vivir. Para el creyente el milagro es así una fuente de esperanza y de confianza.

La pregunta del taxista nos arranca de la instrumentalización. Como explica Enrique Dussel, ya no es objeto ni instrumento. De súbito, una cosa se convierte en un alguien. Y eso no se logra mediante un raciocionio frío, un cálculo racional o una deducción. Ya Descartes mostró cómo si nos valemos únicamente de una razón reptiliana, despojada de carnalidad, podemos dudar de que el resto de la humanidad sean personas en vez de autómatas e incluso de que nosotros mismos seamos cerebros en cubetas al estilo Matrix.

Por eso es tan maravilloso el episodio del taxista. Nos muestra que somos seres dotados de algo más. Corazón, alma, potencia ética, conciencia de alteridad... no sé ni cómo llamarlo, pero lo importante es que somos algo que no cabe en los estrechos márgenes de la vida de cemento y herramientas. Algo inexplicable si pensamos desde esos estrechos márgenes, milagro objetivo. Algo que alimenta la esperanza y la confianza, milagro subjetivo.


“Aún más que con los labios,
Hablamos con los ojos;
Con los labios hablamos de la tierra,
con los ojos del cielo y de nosotros”
(Manuel Acuña, Hojas secas)