Desde ayer y hasta el
viernes podemos ver en el cielo Las Líridas, "la lluvia de
meteoritos más antigua conocida".
El nombre refiere a la
lira de Orfeo, cuya historia aún nos conmueve siglos después. Según
el mito, al morir su esposa Eurídice, Orfeo cayó bajó una terrible
pena e hizo llorar la lira de tal modo que ablandó los corazones de
los dioses infernales. Éstos le permitieron rescatar a su amada a
condición de no mirarla durante todo el camino desde el Hades a la
Tierra. Orfeo resistió la tentación, a pesar de que atravesaron
enormes peligros, y caminó al frente sin girar la vista. Al fin,
cuando ya sus pies tocaron la yerba de la Tierra y el sol cegó su
mirada, se giró para contemplar a Eurídice. Pero era demasiado
pronto. Los rayos solares no la bañaban por completo y los dioses
del Infierno se la llevaron para siempre.
Según Platón, Orfeo fue
castigado por su cobardía, por intentar traer a Eurídice al mundo
de los vivos en vez de morir él por amor. Quizá tenga algo de
razón. Para María Zambrano, amar, poner el centro de gravedad en el
otro, supone un dejar de vivir para uno mismo y en ese sentido, a la
vez un morir y un renacer a una existencia más auténtica, más
plena.
Una lectura más obvia de
la historia de Orfeo es la de la impaciencia, de la cual creo que
cualquiera sabe cómo no suele ser buena consejera. Más interesante
me parece la oposición entre la lira y la mirada. A través de la
música, Orfeo es capaz de subvertir, aunque sea por un momento, las
mismas leyes de la muerte y de la vida, de los mortales y los dioses.
Por culpa de la mirada, del aferrarse a la seguridad, por culpa de su
cobardía, en definitiva, pierde lo que más le importaba.
Es por eso que creo que
cada año, Las Líridas son una ocasión estupenda para recordarnos a
dónde nos conduce la cobardía. Y cuán valientes somos cuando nos
conducimos con el corazón.
¡Habrá que mirar al cielo, pues!
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:)
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